martes, 19 de marzo de 2013

Albacea de nosotros


Cuando la primavera no pueda volver ya, que alguien grite cómo eran estos campos a mediados de marzo, cuando el sol se apasiona y en la luz se desgrana un estremecimiento parecido al amor y sus deseos. Que alguien lea en voz alta el gozo de los pájaros al despertar el día y disperse los nombres de los frutos primeros. Que alguien pose la púrpura del pruno y los cerezos en las formas del aire y declame el aroma de la paz que el manzano encomienda a sus flores. Que se escuchen el oro y la fosforescencia de las prímulas nuevas y en los caminos vibren ecos del labrantío y del estiércol.

Que alguien lleve alegría a los condados cuando no sea posible que broten los sanjuanes, el laurel y el saúco; cuando sea impensable que aniden los jilgueros. Y escriba el centelleo del agua que desciende de las cumbres nevadas todavía. Y divulgue el chasquido del espino bajo el calor intenso. Que no dejen de oírse las verdades que ahora enuncian los pinares ni las vastas metáforas de la mar desbocada. Ni el horizonte tímido, con su idioma quimérico. Ni callen los galopes del nordeste intranquilo ni el alto pentagrama de las aves que vuelan, exhaustas, desde Túnez. Ni el rebaño lozano que pasta el césped tierno.

Cuando no nazcan rosas porque ha muerto la estirpe de las rosas que no falten adverbios encarnados que testimonien siempre su prestancia. No se ausenten del todo ni el alivio del lirio ni el cardo solitario ni el mentol del romero. Ni las inestimables miniaturas que puntean la belleza: la violeta, el hisopo, las malvas, las espuelas, el llantén, las verónicas, el trébol y el eléboro. Que algún propagador se pronuncie albacea de la serenidad de aquellas tardes de grillos pertinaces y cielo inmenso. Y pueda referir la miel que aún respiro cada vez que lo evoco y lo siento tan lejos.

Que insista siempre alguien, que alguien preconice el esplendor ingente que iluminó estos siglos, que reincida alguien en tanta perfección, en tan gran libertad y en tanto menosprecio. Que no se hunda el firme de tanta exactitud, que no desaparezcan los atlas de la niebla ni el nácar del rocío ni el clima saludable ni sus muchos linderos. Que exalten la pureza de lo que no intentamos mirar con obediencia, de lo que no quisimos querer con lealtad, de lo que no supimos respetar con respeto.

(La Nueva España, 16-3-2013)

viernes, 15 de marzo de 2013

Sobre la superficie


Sobre la superficie
de las cosas
se va posando
el tacto
de las manos
y hacemos nuestro
instante el instante que pasa:

vacío, soledad incertidumbre sombra. Nada.

lunes, 4 de marzo de 2013

De lo que echo de menos


Fotografía: Labidú.

La vida verdadera, la vida que vivía, con las tardes sin prisas y el manzano florido en medio de la huerta. Las mañanas de marzo, con la mar muy tranquila y la bruma marchando despaciosa hacia el norte. El furgón del lechero, madrugador y alegre, que nos saluda a todos camino de la escuela. La voz del panadero, que grita desde lejos pan caliente y borona. Los cantos en las cuadras, con la luz encendida, mientras limpian las vacas y les dan alimento y las ordeñan. El olor a cocido que todos los hogares desprenden muy temprano.  El solo afilador, que afila los cuchillos y remacha sartenes y arregla las cazuelas. Los prados habitados, en cualquier estación. Las sílabas del aire por entre la cintura de la hierba.

Ilusiones sencillas, esperanzas pequeñas, días iluminados por la luz de algún sueño que no se cumplirá, mas nos tiene despiertos. Atardeceres hondos y madres que nos llaman y fragancia de higueras. Marineros que llegan con las cestas repletas de refulgentes peces sobre camas de helecho. Obreros que circulan en bici con dinamo y gesto de cansancio y pinzas de la ropa en las perneras. El bullicio en los chigres, sus mostradores largos, donde se habla de todo, aunque nada se diga. La noche y su cobijo, la grata compañía de los seres queridos y la sabrosa cena.

La quietud del presente, su extensión perdurable, el futuro que apenas se concibe ni inquieta. Hortalizas robustas, frutas deliciosísimas que penden de las ramas, rocío en su volumen. Labradores serenos con manos como azadas y piel como paciencia. Ganado manso y lento. Pueblos con casas llenas. Aldeas revividas, paredones y fincas. Paredes encaladas. Caminos con destino. Niños cuyo alboroto despierta a las estrellas.

Echo de menos todo. Como un hombre que añora lo que pierde. Como un hombre que busca lo que falta. Como un perseguidor de las ausencias. Echo de menos luz. La claridad con la que despertaba. La candidez con la que amanecía. El sentimiento con el que me adormecía. Echo de menos el grillo y la luciérnaga. La mansedumbre de los animales. El autobús de línea y la belleza. Echo de menos paz, verdad y amor. Una verdad que aún no sea mentira. Echo de menos sed (y no me falta el agua). Huir de la costumbre. Salir de los patrones. Echo de menos un abrazo entero. Y una palabra hermosa cada día. Sentir. Sentir un corazón. Sentir a Dios, de nuevo y para siempre, en la naturaleza.