miércoles, 24 de abril de 2013

De libris

Todo lo que saben y hacen los libros


Conocen la vida mejor que nosotros. Y hay seres humanos menos verdaderos. Pronuncian belleza cuando es necesario y mienten más noble que cualquier mentira. Visitan a presos y saben sus penas y conocen todos sus remordimientos. Y nos corroboran las desconfianzas. Y nos contradicen en las obsesiones. Y construyen reinos y soberanías y países justos que no decepcionan y tierras felices como antiguamente. Derriban argucias de los mandatarios. Denuncian metáforas de timo y veneno. Y nos trazan rutas por los arquetipos y nos embelesan con sus perspectivas y nos encarrilan en sus contingencias o nos amilanan con sus contratiempos.


Difunden ternura, desprenden rencor. Asumen las culpas, corrigen los traumas, inventan paisajes, reconstruyen llamas. Son como la voz, ráfaga espontánea, trasluz desde el alma hasta el pensamiento. Son en cada página libres y capaces. Se escapan del mundo, huyen de sus lindes, conquistan el siempre. Visitan las ruinas, describen sus mármoles, entran en sonoros palacios del tiempo. Pasan sin reparo del hoy al mañana, bajan al ayer sin nostalgia alguna y beben su aroma y besan sus hules y abren sus balcones, se asoman al humo y abrazan el hálito de prendas queridas, tientan el espacio de todos los muertos.


Deciden finales que la vida oculta, descartan congojas que el destino tensa; acortan el hilo de los desconsuelos, extienden las épocas de amor desmedido. Poseen registros como la memoria y desencadenan subjetividades. Serenan las horas con palabras dóciles, excitan las púas de los sentimientos. Abren miradores jamás concebidos, permiten acceso a lo inexistente. Responden a enigmas, desentrañan miedos, emiten reflejos que te identifican, confiesan reparos que nos avergüenzan. Son madres nutricias, experiencia en alza, aspas poderosas, sagaces espías. Intuyen el ánimo. Saben del silencio.


Toleran, respetan, acogen las manos de cualquier extraño, veneran lo blanco y adoran lo negro. Indagan porqués, comparten carencias, sacian ansiedades, alivian el llanto, ceden emociones. Hablan los idiomas de todos los términos. Quedan en nosotros, penetran muy hondo, marcan un transcurso, un día preciso y los recordamos como algo muy nuestro. Duplican los seres y las existencias, facilitan tránsitos y mapas lejanos, rescatan sabores y predicen éxodos. Bendicen la paz con ritos arcaicos, improvisan templos para los poemas, preservan los pueblos con versos eternos. Curan con sus fábulas, adormecen, cuentan lo que pasa, sueñan lo que falta, lo mismo que un lloro, igual que un deseo. Salvaguardan nombres, costumbres, esencias. Mantienen los rasgos de lo primigenio.

(La Nueva España, 24-3-2013)