viernes, 30 de diciembre de 2011

ROSCÓN DE FIN DE AÑO

Son pocos los ingredientes,

los tienes seguro a mano.

Utensilios: unas horas

de disposición y un cazo.

Trituramos los problemas,

desmigamos los obstáculos.

Desechamos las tristezas

y a las penas, sartenazo.

Doramos las esperanzas,

la ilusión la enharinamos.

Y que no nos quemen mucho

las amarguras de a diario.

Espolvoreo paciencia,

y paz y fuerza le añado;

vierto almíbar de futuro

y una copa de entusiasmo.

Al fuego los descontentos

y los sentimientos malos.

Pongo amor en rama, un litro

de los deseos más gratos.

Remuevo bien, a conciencia,

salpico de vez en cuando

con dulzura de la infancia

y corteza de un verano.

Cogemos un bol de aguante

lo mezclamos y amasamos

hasta que coja la forma

de una promesa, un abrazo.

Cuando sonría la masa,

la estiramos y enroscamos.

Batimos nieve hasta el punto

de vaciar todo cansancio

y las ideas, bien claras.

Las yemas las reservamos.

Adornamos con firmeza

y amor caramelizados.

Un portazo a los pesares

y, de seguido, horneamos.

Ya verás qué roscón sale

con sabor a feliz año.

''Que vos preste y que vos dure

¡Mucha suerte a cada paso!''

 © Aurelio González Ovies
Receta-regalo para el blog Con la luz de mi cocina 


jueves, 22 de diciembre de 2011

Noches buenas y viejas


Remembranza de las celebraciones navideñas de antaño, llenas de emoción

Lo que más nos movía y nos entusiasmaba, como siempre sucede, era el tiempo de espera, la ilusión prematura, las calles con las luces de las grandes ciudades, los anuncios con pinos, trineos y nevadas. Lo que más, era el halo de bondad que brillaba en la luz de los días más breves de la vida, el frío que incitaba a estar en torno al fuego, el aroma a cariño y a paz y espumillón y nueces melancólicas que inundaba la casa.

Y también arrancar al almanaque antiguo sus últimas jornadas y colgar uno nuevo en la pared, debajo de la radio, con retratos de gatos en un cesto o la imagen de un santo o una virgen que derramaba lágrimas. Pegar en los cristales recortes de revistas: hojas verdes de acebos, estrellas y tambores, siluetas de montañas. Y encender pronto el árbol, aunque gastara luz, repleto de postales y motas de algodón y cantar villancicos, en vez de hacer deberes, desde por la mañana, aquel de aquellos peces que bebían en el río y el del chiquirritín, chiquirriquitín, queridito del alma y el del rín, rín, yo me remendaba, yo me remendé, aquellos de Belén y ángeles y campanas.

Y ver sobre la mesa tantas cosas tan ricas, sopas de ajo con pan duro y con claras; algún pez grande al horno, pescado por mi padre; un poco de jamón y algún fiambre y queso; compota hecha de pera, higos pasos, manzanas. Y partir el turrón, tan gordo y tan sabroso, con martillo y cuchillo. Y comer mazapanes que llegaban de Soto y espesos polvorones de aquellas grandes cajas. Y saborear la dicha de estar juntos y alegres (aunque fuera mentira, parecíamos siempre más contentos que nunca), y escuchar a Juanita, que cantaba las coplas de allá de Puerto Lápice, con zambomba y con palmas.

Y soñar que aún quedaban muchos días de fiesta y noches espaciosas de ir muy tarde a la cama. Y aguardar por los Reyes que aún estaban lejanos, cuyo perfil veíamos en cualquier sombra o nube, en cualquier astro claro del cielo inalcanzable, en cualquier rama seca con corona de muérdago. Y echar en los buzones los deseos imposibles escritos con remite en inocentes cartas. Y esperar. Lo que más nos gustaba, como ocurre a los hombres, era el preámbulo intenso, la agitación del antes, la ensoñación, la dicha de lo previo o lo núbil, la emoción imprecisa de la propia esperanza.

(La Nueva España, 21-12-2011)


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Yo también masticaba la cal de las paredes

Yo también masticaba la cal de las paredes

en las tardes de agosto

y creía que sólo se moría en invierno

y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.

Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta

de la puerta

y hacía competiciones de gusanos.

El cielo me parecía una carpa gigante

y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron

como dos libertades.

Mi padre me enseñó a comprender el viento,

a predecir la lluvia en la piel de los árboles

y por eso he tenido siempre miedo al futuro.

De pequeño, además, yo quería ser gitano

para tener un burro, entre otras muchas cosas,

y caminar descalzo.

Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos

y me gustó el latín no sé por qué motivo

y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.

¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,

¿cómo puedo explicar que para que haya historia

hubo que desde siempre ir matando o muriendo?

Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:

y me conformo y callo y voy tirando

y echo de menos mucho la araña de la grieta

y el olor de la cal me es como de familia.

Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,

y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

                  
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
MMXI

domingo, 18 de diciembre de 2011

Usted seguro que ha sentido...

Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez

al decir que en su cuarto caía una gotera

o que su pobre madre le hacía el bocadillo

siempre de natas con azúcar -son cosas de la vida-.

Confieso que en mi casa el olor a humedad

era casi entrañable

y todos los domingos se comían garbanzos,

salvo en alguna fecha señalada.

Que lloré muchas veces por no querer llevar

los jerseys con coderas

o no tener un lápiz con enanito arriba.

Confieso que la ropa nos la daban los primos

que ahora son albañiles

y que nuestra familia se rompió por la herencia

de unos metros cuadrados de baldosas con taras -son cosas de la vida-.

Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,

tuve el chupete debajo de la almohada.

Confieso que los míos son personas sencillas:

usted sospecha que hablo de un padre que no sabe

lavarse bien los dientes,

de una mujer que escribe con mala ortografía,

de unos hermanos fieles como la misma sangre

y una casa que huele, cada vez que entro en ella,

a las húmedas manos de la melancolía.


Confieso que he nacido donde hubiera elegido

por encima de todo cada vez que naciera.


© Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: L. Einaudi
MMXI

viernes, 16 de diciembre de 2011

Si los muertos vinieran

Si los muertos vinieran
no encontrarían su casa
ni su luz encendida
ni a su gato
ni a su higuera fiel
ni su naranjo.
Si de nuevo volvieran
no encontrarían su puerta
ni sus aparadores
ni sus viejos retratos
ni sus paredes húmedas
ni su ropa.
Si los muertos vinieran
decidles solamente la palabra

distancia.


martes, 13 de diciembre de 2011

Mi voz es el paisaje


Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo y el que todo lo tuvo.
Pablo Neruda



Mi voz es el paisaje
que va echando de menos
las cosas que he perdido.
He nacido en un pueblo
y en el anonimato.
Mi vida se resume en aquel calendario
de números granates
donde mi madre iba
apuntando los partos de las vacas
y visitas al médico.
Fui más feliz que pobre
porque quien no conoce la abundancia
valora las minucias y los pájaros.
Desde niño la hora de las gaviotas
viene siendo mi reino
y el mar un no sé qué
-eternidad dios alma-
donde muero un momento cada día.
Así me veo ahora
cuando ya las gaviotas no conocen mi nombre
y la higuera envejece sobre la sed del pozo.
Mi casa, mis amigos, los míos, los de nadie.
¡Qué pronto somos soledad!


domingo, 11 de diciembre de 2011

Aquella gaviota que se llamó promesa


Alguien ha vaciado el mar
Pascual Izquierdo


Aquella gaviota que se llamó promesa
y aquel embarcadero de ojos azules.
Toda mi vida:
un niño que recitaba el barro de memoria,
un pueblo que se quedó nevado de tristeza,
unos seres que fueron emigrando del frío,
una estrella sin gas en los muelles del alma.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Apetito de ser

El afán incesante por superar obstáculos


Todo quiere vivir y estar presente. Todo asoma al asombro de ser instante a instante, al apetito inmenso de superar obstáculos. El mirlo que me observa entre el puro rocío de la mañana, el árbol que diviso y ha perdido las hojas, la sombra que me sigue a donde quiera que huyo, por donde voy o paso. Todo encierra deseos de perpetuar su estirpe, la dinastía del humo, las hiedras que galopan por las tapias del tiempo, el frío que se adentra en las casas sin nadie, las rosas que florecen en la tez del invierno, las chispas que salpican la noche desde un astro. Permanecer aquí, ampliarse en el tiempo, existir como sea, por encima de todo, alargar su apariencia, dilatar sus fronteras, envejecer despacio.

Todo busca seguir en esta incierta estancia, aplazar su caída y su decrepitud, prolongar cualquier época, perdurar como un río de anchurosos remansos, resistir como un mástil frente a viento y borrasca. Todo ansía llegar a no se sabe dónde, atravesar planicies, coronar los montículos, desembocar muy tarde en no se sabe cuándo, aumentar sus jornadas, agrandar su espesura milenaria y copuda, desplegar su ramaje a lo largo y lo alto. Todo aspira a ser parte de esta actualidad tan fortuita y yerma, a insistir en su alzada, mantenerse en su plante, a escapar de la herrumbre, a evitar la carcoma, a preservase, lejos del dolor y la sangre, del cáncer o el disparo.

Todo pugna y suspira por brotar con vigor, por crecer con arresto y elevar su prestancia, por renovar su imagen y amparar su entusiasmo. Todo intenta guardar equilibrio en sus hilos de ser humano o frágil, impalpable o patente, silvestre o deletéreo. Esparcir su simiente, eternizar su nombre, dignificar su esencia, propagar sus vilanos. Todo persigue más y más continuación, más fulgor en su hechura, más juventud vigente. Todo implora tardanza, demora en su unidad, indulto en su firmeza, amnistía en su tránsito. Todo, constancia y entereza, por temor y por avidez, por ego y prepotencia, por despotismo o atraco.

Todo apetece luz y libertad y holgura. Todo reclama treguas, prosperidad y cifras, origen y tesón, consagración y espacio. Nada quiere apagarse de repente y por siempre, sucumbir como un corzo, indefenso y precoz, que cruzaba el otoño, cerrarse como un libro maldito o inacabado. Todo proyecta un más allá después del difuso horizonte, del ahora, del mañana lejano. Nada quiere morir. Nadie quiere morir. Siempre es pronto y temprano.

(La Nueva España, 7-12-2011)

Vuestra voz tiene acento de laurel

Vuestra voz tiene acento de laurel,
decidme dónde habéis estado tanto tiempo,
por qué no regresasteis a la hora de la siesta,
por qué no estáis aquí vendimiando mis dudas.
La noche es muy inmensa para encontrarse solo.
Aquí está vuestra casa de campo abandonada.
Vuestro perro pastor que se enrolla en sí mismo
y da vueltas y llora.
Decidme dónde andáis para haceros llegar unos abrazos
y unas deudas y un pan y unos limones.
Sucede que mis manos ya no pueden arar vuestro recuerdo
y la vida me huele a humedad y a cerrado.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Volverás en verano


Volverás en verano
y encalaremos juntos la fachada del tiempo.
Aquí todo envejece a ritmo campesino
y te echamos de menos cuando tus rosas
revientan como un tiro de sangre.
Todos los días del año son los más oportunos
para añorar al ser que nos ha abandonado.
Pero tú volverás;
yo sé que te apetece escuchar las rodadas
de la infancia entre la manzanilla;
yo sé que tienes ganas de entender
qué dicen las gaviotas cuando rompen el sol a picotazos.
pero tú volverás
porque han puesto autobús para llegar al nunca,
porque el pueblo se queda poco a poco,
porque quiero cambiarte unos cromos del llanto,
porque te necesito para labrar el frío.
Volverás a esa hora temprano
y los niños irán ya a la escuela en pantalones cortos
y te diré en secreto por qué cantan los gallos
y te llenaré un libro del olor de las cuadras.
Volverás porque, a veces, si nos falta algún rostro
el pasado es reciente a cada siempre.


sábado, 3 de diciembre de 2011

A veces la tristeza te espera en cualquier sitio

A veces la tristeza te espera en cualquier sitio
y hay que creer en algo.
Hemos venido a ser felices por encima de
todo,
a perder unos seres y formar una casa,
a envejecer un árbol y madurar un fruto,
a decir un adiós y escribir una carta.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Tus crisantemos crecen al abrigo de octubre


Tus crisantemos crecen al abrigo de octubre
y en una pota vieja te he plantado un narciso.
Cuando vengas, el pozo será un naufragio de hojas
que limpiaremos juntos en la tarde del sábado.
No quisiera decirte las noticias que tengo de unos amigos tuyos
ni entregarte una carta que te escribe el recuerdo.
Cuando vengas, el frío hablará por la noche desesperadamente
y estarán ya maduros el dolor y los higos.

martes, 29 de noviembre de 2011

No sé qué página

No sé qué página es esta
de mi vida,
pero de lo que resta
voy a escribir muy poco.
Voy a decir que hoy es un día hermoso
para ausentarme
y compartir conmigo lo que no me comprendo
todavía.





domingo, 27 de noviembre de 2011

Dos palabras solo

Dos palabras solo
y nada más:
amo la vida y por tanto,
a veces la detesto.

(Para Marian Suárez)

viernes, 25 de noviembre de 2011

Umbral de diciembre

 Deseos que brotan al filo del último mes del año


Quiero que vengas, madre mía, tú, a encenderme el umbral de este diciembre. Quiero que seas tú, con tus rasgos de luz, la que alumbre en las velas y en los limpios destellos mañaneros de la flor de la nieve. Que vengas tú a curarme la tos con tu resguardo, a librarme del frío de estas fechas vacías, a abrazarme detrás de una ventana mientras arde el silencio de la casa y el invierno ruge con su furia y fuera llueve. Aunque de nuevo me den miedo el relámpago y las tejas que rompen y los cables que aúllan y el chispazo imprevisto de los plomos y el gorjeo de la leche mientras hierve.

Que me dobles el borde de las sábanas y tantees la humedad que arroya en las paredes y recemos un poco en voz muy baja el padrenuestro antiguo, el que tú me enseñaste, y enrolles a mis pies la toalla y la botella, el papel de periódico y el ladrillo caliente. Y me pliegues la noche con la paz de tus fábulas y me pases, despacio, las páginas del sueño. Que me hables de aquellos años tuyos por los prados de Viodo en primavera y me mires dormir y me desees descanso y apagues mis zozobras y me beses la frente. 

Y pongas tú en la mesa las cenas abundantes, los dulces escogidos, las frutas escarchadas y el tacto en los manteles. Quiero que vengas tú. Quiero que bajes tú desde la antigüedad de un villancico. Que surjas de entre el musgo, de un río o de una senda que cruzan los belenes. Que resurjas del irreal perfume de un palacio elevado, de la hondura de los pozos de agua, de un desierto imposible, del temple y la quietud de algún pesebre. 

Ven y hazlo posible. Dibújanos el pino que te gusta. Amarra a esta nostalgia cascabeles. Escríbenos deseos y pámpanos y hojas de limón en los cristales gélidos del siempre. Caliéntanos las manos con cáscaras de fe. Ven, colócanos encima de la cama regalos y sorpresas. Haznos creer que resoplan muy cerca los camellos, que llaman a la puerta los pajes de los Reyes. Suelta la eternidad, abandona la estrella, cuando giren el mundo o la nada o el humo y mires hacia abajo y atisbes estos brazos, deja la inmensidad, desmóntate, detente. Quiero que vengas, madre mía, tú, a iluminar las bóvedas de este mustio diciembre.


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Los labradores cantan con voz de vino dulce

Los labradores cantan con voz de vino dulce
algo muy parecido a nuestra infancia.
La grana de la ausencia empieza a desbordarse
sobre el muro
de estas largas tardes de cal viva.
Jamás podrán los hombres arrancarse su sangre
ni romper el espacio de las primeras manos
ni detener los barcos que parten con el tiempo.
Los labradores cantan y oscurece otro día
por detrás de los árboles.



domingo, 20 de noviembre de 2011

Esta noche en el viento


Esta noche en el viento
están hablando todos los seres de la muerte.
Esta noche en el viento
hay un baile de pájaros inacabado.
Esta noche en el viento
las vidrieras del alma se derrumban.
Esta noche en el viento
han venido los árboles a deshojar la fiebre.
Esta noche en el viento
nadie sabe su nombre ni conoce su sitio.
Esta noche en el viento

han pasado cien años como un sueño.


jueves, 17 de noviembre de 2011

Yo sé que mis palabras

Yo sé que mis palabras
van siempre en busca tuya
pero no hay otro modo
de decir que te quiero.
Y sé que mis palabras
no han sido todavía
capaces de expresarte.


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz
María García Esperón
Música: Yanni
MMXI

lunes, 14 de noviembre de 2011

Cuando hayamos llegado

Cuando hayamos llegado
nos dirán que la eternidad
tampoco es para siempre.
Echaremos de menos la ventana del cuarto
donde tú devanabas la penumbra
y sangraba la parra en la hora del otoño.
La eternidad, seguro, es un dócil camelo
antes de separarnos definitivamente.



 


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI 

sábado, 12 de noviembre de 2011

Nuestro pasado se escucha a través de las uvas

Nuestro pasado se escucha a través de las uvas
y de este pueblo roto al que una gaviota solamente
viene de tarde en tarde.
Soy el antepasado de aquel espantapájaros que se quedó mirándome
donde el tiempo se para a picotear sus plumas.
Estas tierras están cosechando los niños que jugaron conmigo
y volverán muy pronto con sonrisa de musgo y sandalias de cuero.
Venid, quiero deciros cuántas horas se tarda en olvidar un nombre.
Venid, quiero enseñaros la muela que tritura el grano de la vida.
Venid, hace buen tiempo para sacar al sol las dudas, los abrigos,
el silencio, los cuartos.

(Para Gelinos)



© Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Eleni Karaindrou
MMXI

jueves, 10 de noviembre de 2011

Tiempo de narvaso


Época de pomaradas mustias y de noches desiertas y extendidas

(AGO. Nubes y ocaso. Noviembre 2010)

Es tiempo de narvaso y de garduñas. De nieve en los picachos prominentes. Y de jerséis de lana hechos en casa. Es época de pomaradas mustias y de noches desiertas y extendidas. De confiados raitanes que gorjean en busca de algún fruto y gorriones que añoran el verano y la grana. De abedules y pláganos que incendian el paisaje; de rubor de cerezos y guindales silvestres; de olor a tendejones y a esfoyaza. A desayuno, a pan sincero, a silabario. Y de humo de borrón entre la húmeda faz de la mañana. 

Son días de una luz muy verdadera, definitiva y limpia, en el perfil del mundo y en la grandeza azul de las montañas. De una nitidez inusitada en la infecta rutina que nos engulle inexorablemente, en la voraz rutina en la que nadie apenas se detiene ya ante nada. De unos cielos muy altos, con brillantes estrellas, que nos asoman a nuestra finitud. Días que llegan como ya terminados, extrañamente untados en desidia y galbana. Y apetecen el calor del fuego más que nunca y la complicidad de unos visillos. Y el rumor del cariño a nuestro lado. Y el silencio encendido en las horas oscuras y sus lentas estancias. Se nos antojan más las costumbres perdidas, los sabores añejos, los recodos tranquilos, los seres que nos faltan. 

Éstas son fechas aptas para acercarse a los recintos del pasado y adentrarse en los preludios del invierno y en las vigas antiguas y el vaho de sus cuadras. Y apropiarse de un cántaro de leche y cenar unos higos con pan blando y buscar en un cuarto algún resquicio inmune de la vida, alguna muestra viva de los muertos, de los años hermosos de la infancia. Y abrir viejos baúles, olvidados al pie de un lecho solo, tantear en los armarios los trajes y las felpas, el jabón y los lienzos, chocar con el perfume a romero y manzana. 

Son momentos de levantarse pronto, muy temprano, y atrapar ese albor que jamás volveremos a asumir desde ningún lugar ni desde esta ventana. De caminar sin rumbo, bosque arriba, por entre la quietud de la resignación, por entre los nogales derrotados, por entre los helechos ya vencidos y los quitameriendas pertinaces, por entre la agonía de las zarzas. Instantes más mortales que otras veces, porque traen caducidad y límites, separación muy firme del sol y las cigüeñas, de pétalos y ramas.

(La Nueva España, 9-11-2011)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De tarde en tarde


De tarde en tarde quiero que vengas
a decirme algo,
por ejemplo, que existes y sabes que existimos,
que la vida no es todo tirar hacia delante
sin pararse a pensar
eso que ya no somos ni seremos ni hemos sido.
Porque ¿a veces no te ocurre
que has sentido una voz, un rostro, un gesto
y se te abren los brazos... y es el recuerdo?
¿Conocías a José, Rosario, Inés..? Se han muerto.
Tampoco están, tampoco,
ni Gruñón, ni el silencio amarillo de tus dalias,
y el mar desde tu casa se ve un poco más viejo.
También yo he envejecido:
mi voz, mi andar, mi cuerpo...
Pero la vida es esto, ya se sabe:
soñar que hay siempre tiempo
para olvidar que uno puede ser atrapado en el intento.

(Para Mª Sol, desde su pueblo)

Vista desde aquí la vida


Vista desde aquí la vida tiene un puerto
y nuestras lanchas, amarradas al muelle,
atardecen bajo un día cualquiera.
Por qué sufrimos,
si a esta hora se encienden las luces
en los pueblos
y los hogares empiezan a cerrarse melancólicos.
Por qué, si las estrellas están
tan apacibles como siempre
y un grillo va enroscando el sueño entre la noche
y un borracho da tumbos vida atrás
y una mujer recoge la colada
y un niño va feliz con su pelota
y dios amasa mundo en sus molinos.
Por qué sufrimos
si mañana está siempre tan lejos de tan cerca
y no sabemos nada de nosotros
y nunca escudriñamos nuestra historia
y nadie nos ha escrito todavía.
Por qué sufrimos
si sólo es nuestro todo mientras no lo perdemos
y amamos cada cosa para no estar
tan solos.
Por qué, por qué sufrimos,
si hemos venido aquí por no ir a ningún sitio,
para encontrar un rostro que vaya encariñándonos,
para coger un tiempo que vaya entreteniéndonos.
Por qué, por qué sufrimos
si cada hora que acaba nunca vuelve
y cada adiós empaña una ventana
y cada nombre se hunde en un olvido
y cada olvido sangra tantas llagas.

Vista desde aquí la vida tiene un faro
con una luz eterna
que llega y mira y pasa.

(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Eleni Karaindrou
MMXI

lunes, 7 de noviembre de 2011

Dile al faro


Dile al faro
que nuestra barca ha muerto,
que ocupen nuestra roca otros dos jóvenes
y que todas las tardes
la arena tenga huellas parando las mareas.
Lo siento de veras, pero tengo que irme
hacia la tierra adentro de los míos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Miraremos atrás


Miraremos atrás
y cuando estemos a la altura
del recuerdo
habrá gaviotas planeando
el mar donde fuimos como un niño
de arena;
habrá un pueblo descrito con cal viva
y un camino hacia el verano. Diremos adiós
y empezará el atardecer a respirar
en los jazmines.


Tenía que deciros

Tenía que deciros
que mi vida limita al norte
con los nombres propios de unos seres
que han vendido sus tierras
y se han ido.
El resto de mi geografía
da al mar y a las gaviotas
y a la conciencia donde naufrago inexorablemente.

 


(C) Aurelio González Ovies
Voz: María García Esperón
Música: Einaudi
MMXI

Nunca es puntual el tiempo



NUNCA es puntual el tiempo
para dejarnos solos y empezar a perdernos
en la espesura donde ya nadie se conoce.
Quiero estar aquí como la lluvia,
en vertical como el abismo.
Soy el amo de la soledad,
la cifra de la nieve, el inventor del cero.
Soy el conquistador de la humedad del agua.
Quiero instalarme aquí. Mis carabelas
están enamoradas de la ruta del sueño.

Vengo a ofreceros mi fe antes de que anochezca,
a entregaros mi historia rural como el ganado,
a colgar un refrán de vuestro cuello
y deciros mi vida. Vengo del Norte,
de una noche dormida en los castaños,
de una casa fresca como los vientres de las bodegas.

Mis recuerdos son vuestros desde ahora,
os ofrezco el perfume de los membrillos
envuelto entre las sábanas,
el rito cereal de las siestas de mayo,
el canto de los grillos, la sed de los limones.
Mis secretos son vuestros desde ahora,
os proveo de ojos manantiales,
de mitologías suaves para mecer las cunas,
de palabras-espiga para dorar lenguajes,
de caminos y charcos y atajos como infancias.

Antes de que anochezca,
he de plantar aquí la grana de unos ojos
que no deben cerrarse,
la fuerza de unas manos que abrazan como muros,
la voz tradicional de la boca del barro,
los frondosos suspiros de la menta.

Ven a recibirme con tu ajuar de deseos
y viviremos cerrados bajo la biografía de la niebla,
en el exilio de los faros.

Te adornaré las horas con laureles romanos
alrededor de casa,
te diré que los dioses duermen en los jazmines
desde el último eclipse,
te vaciaré el volcán que supura en la boca de los siglos
y haremos un paisaje que brote nuestros nombres
en sus tierras.

Nunca es puntual la lágrima para llorar el humo
que se escapa de un alma que se enciende
y crepita en los leños que tabican la puerta del olvido.
Aquí seremos libres como el atardecer de los pastores
y la sonora estación del queso fresco.

Seremos más que libres
y pondrás tus sospechas a curar al aire puro.
Ahora di que sí, solamente que sí
como hacen nuestros árboles al entregar el fruto
o admiten nuestros perros al robar su camada.

Quedaremos
y pintaremos el cielo de cal viva y tendrás una estrella
preferida
y arrendaré una fuente a nuestras náyades
donde laves la ropa arrodillada con el lento jabón
de los crepúsculos.

Quedaremos y parirás con el dolor de las cosechas,
con esos gritos rojos con que se hace la sangre
y se pisan los mostos en las tribus del alma.

Quedaremos aquí,
definitivamente lejos de los ayeres desilusionados,
definitivamente cerca de las inmensas llanuras
por donde tendremos que partir
cuando caigan las nieves de nuestros ojos fríos.
Serás tú la heredera del rocío y de las lunas llenas,
tú la que cure con hierbas los dolores del mundo
y la que más entienda del vuelo de los pájaros
y el croar ensordecedor de las tristezas.

Quedaremos aquí,
definitivamente hundidos en el temblor del tiempo
y los helechos,
definitivamente ocultos bajo las primitivas
capas del espacio,
definitivamente así como la muerte.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Recuérdale a la vida

Recuérdale a la vida
que hemos estado juntos,
que teníamos una casa
rodeada de hortensias
un perro y unos árboles
que no sabrán estar eternamente solos.
Recuérdale a la vida
que ha de acercarse aquí alguna tarde
a podar nuestra ausencia,
a recoger tu ropa,
a deshojar la sed de nuestro pozo.

Recuérdale a la vida
que hemos querido tanto aquellas cosas
y lo dejamos todo.

 


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Eleni Karandriou
MMXI

Esparce mis cenizas

Esparce mis cenizas
frente al mar de mi casa
a esa hora en que el recuerdo
puede ser la gaviota sobrevolando frágil.

 


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz. María García Esperón
Música: Eleni Karaindrou
MMXI

jueves, 3 de noviembre de 2011

Acaso nos hemos confundido

Acaso nos hemos confundido
y la felicidad sea un perfume inacabado.
Vida mía, todo envejece como tu piel
y nadie llora.
Mira, mira los árboles y los pájaros
y el mar y los andenes
y esta casa entrañable que nos cubre.
Mira la droga de los dioses y los olimpos
de la nieve. Hemos dejado atrás, sencillamente, todo lo que nos va dejando.
Y es que la vida es así de rápida.
Como un viaje a las rosas. Sí,
es verdad que estás vieja toda tú:
aliento tacto mirada pelo. Pero nada me importa
mientras sigas aquí
y nos demos calor en las tardes de frío;
aunque ya nadie esté que pueda conocernos
ni sepa nuestros nombres.
Sí, es cierto que esta noche
preguntarse a uno mismo a qué habremos venido
resulta un desaliento.
Es cara la felicidad, amada mía,
tan imposible que a veces
apetece bailar hacia la muerte girando en el orgullo.
Pero aquí vamos, muriendo lentamente pero juntos. Juntos sobre todo.
Y tus geranios quedarán siempre a la puerta
y a nuestra higuera vendrán siempre los pájaros
y a nuestro domicilio llegarán cartas como otoños. Todo lo mío- tuyo, todo deshojado.




© Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI

Si fuéramos chiquillos

Si fuéramos chiquillos
te preguntaría
por qué letra empieza tu tristeza.


   

(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: L. Einaudi
MMXI

Anuncio por palabras




                                              Para Elena y Julio y Andrea y Sergio


Se necesita un ser
que quiera compartir lo poco que tenemos
de lo mucho que aún queda.
[No han de importar sus años, su condición social
su domicilio...
Pero es urgente.
Alguien que entienda todavía por qué se van los pájaros
otoño arriba
a qué ha venido el hombre
a qué flor pertenece el color de los sueños,
en qué mes se desbordan las razas infelices,
con qué uvas se pisa la esperanza,
con qué refrán se cura la maldición de estar siempre
tan tristes.
SE REQUIERE que sepa manejar el idioma de las cosas sencillas.
y calcular el radio de los besos
y valorar los rostros que carecen de marca
y escribir en presente las ilusiones muertas
y entender la estructura de los gestos.
PREFERENTEMENTE niño - hombre - mujer - adolescente,
de la piel que quisiera,
con los ojos redondos como un significado,
con la voz siempre en fuga como las libertades
y las manos abiertas como diez intenciones.
Pero un ser, ante todo
que jamás haya visto un chubasco de sangre,
que no haya puesto nunca una trampa a la vida,
que haya bebido a veces un mar de malos tragos
y a veces con la rabia haya comido tierra.
Es también requisito presentarse a deshora
con el inmenso encanto de lo que no se espera,
con la sonrisa fresca como un chorro del alma
y el eterno secreto por que uno se enamora.
Alguien que prometiera
que es preciso muy poco para ser muy feliz a toda costa.
Pero es urgente.



(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Realización y voz: María García Esperón
MMXI

miércoles, 2 de noviembre de 2011

A veces esta casa me entristece

A veces esta casa me entristece
cuando cae la noche.
Tus vestidos colgados en la percha,
esta silla con restos de tu cuerpo,
nuestra cama...
No sé por qué, amor mío, tengo el presentimiento
de estar amando en balde
o de comprarte un ramo de ahoras los fines de semana.
Vale más que dejemos de hacer nuestras las cosas,
de escribirnos las fechas
detrás de esos momentos en que somos felices,
de regalarnos libros.
Mismamente este cuarto me llena de abandono
cuando antes de dormir me das un beso
y me quedo mirando tus ojos que se apagan,
tus cuadros, estas fotos, tus zapatos mojados,
tu colección de botes de perfume.
Mismamente esta hora se me queda tan larga
cuando el tiempo es tan corto,
que empiezo a perder ya lo que aún no he perdido:
tu nombre pasajero, tus labios pasajeros,
tus collares, tus cartas, tus muecas, tu sitio.



(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: L. Einaudi
MMXI

martes, 1 de noviembre de 2011

Estos son los árboles de mi tristeza

Estos son los árboles de mi tristeza,
de donde a veces te traigo lilas
para que guardes entre las páginas
de nuestra historia.
Amor mío, me voy haciendo viejo como los bosques
como un camino que se cierra,
como un perfume que se derrite
como una carne llena de nidos.
Amárrame a la sombra y espera aquí conmigo,
porque antes de partir quisiera estar mirándote.




(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI

Quédate con mis libros



Quédate con mis libros
cuando yo no esté aquí.
Que en las tardes de lluvia
el griego es más hermoso todavía
y quiero que conozcas la lengua de los dioses
y el silbante dialecto del invierno.

Y al final seremos tierra


                                                 A Fonsus


Y al final seremos tierra
inútilmente tierra.
Tierra para la lluvia que nos caiga
para los pájaros que vengan,
para los niños que se escondan.
Tristemente tierra
para las hierbas que nos cubran,
para los árboles que broten
para los bueyes que nos aren.
Solamente tierra
para los hombres que construyan
para las tardes que se vayan,
para el recuerdo que nos nieve,
para la brisa que nos borre.
Tierra sobre la tierra
indiferente.

(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Spheeris
MMXI

lunes, 31 de octubre de 2011

Una fecha sin más

Una fecha sin más,
por ejemplo esta noche,
esta noche hermosa en que sé que nunca volveremos a vernos;
pero hay luna y estrellas y la vida está quieta como un árbol.
Esa noche, totalmente entera,
y mañana todo se verá nostálgico
y el recuerdo
tendrá tus ojos desde entonces.

jueves, 27 de octubre de 2011

Tengo miedo a la muerte


Tengo miedo a la muerte y a la
vida
y a decirte así de fríamente
los adverbios con que te amo:
ahora, de repente, apenas,
enseguida,
jamás, jamás. Jamás.




(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI 

miércoles, 26 de octubre de 2011

Y nos hemos perdido


Yo en tu lugar mentiría más dulcemente

-Antonio Gamoneda-


Y nos hemos perdido.
No sé si tú has cambiado
o te defraudé yo: pero no somos nada
después de haber crecido casi en la misma casa.
A veces creo que el tú se parte en dos personas
y entonces sigo amando el tú que he conocido;
el tú que me enseñaste hace ya muchos años,
cuando dormías conmigo en las fiestas del pueblo.
Pero más firme creo que me fuiste engañando
y has sido siempre así, mentira hasta conmigo.
Lo triste es que me dueles aunque sea en imágenes,
lo triste es que te quiero aunque sea en recuerdos.

                                                          (A Chusa)



 


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI

martes, 25 de octubre de 2011

Por los siglos de los siglos

Por la serenidad y el eterno descanso de todos los que nos han dejado.

(AGO. Bañugues. 30-7-2010)

Que descanséis tanto como de aquí al cielo y en vuestra quietud de muerte aún existan campos donde siga goteando el rocío, fuentes que os provean del frescor del agua, árboles del pan, mañanas de luz y pájaros jóvenes, noches con estrellas y posibles sueños. Que escuchéis los pasos de la madrugada y los carruajes de nuestros recuerdos y la sensación de que estáis dormidos en suelo de casa. Y que aunque tengáis los ojos cerrados, para no mirar la tierra que os cubre, percibáis la bruma que, al rayar el día, esparce la paz por los cementerios. 

No quede en vosotros desde que os fuisteis un mínimo efecto de pena o fatiga, de hastío o nostalgia. Que no hayáis sufrido, igual que nosotros, el dolor del tránsito ni la infinitud de tanta distancia ni el desolador momento del fin ni este cotidiano echaros de menos. Que en la cal arcaica de las sepulturas conozcáis los muros altos de la infancia y en las flores tiernas que estas fechas traen recibáis aromas de verano y huerto. 

Que os sean leves los años cansados y las estaciones desesperanzadas y los meses húmedos y lentos de otoño y el granizo ingrato que arroja el invierno. Que no os hiera el éter que conforma el alma ni os punce el cirro en que sois inscritos ni duela el vacío como duele el cuerpo. Y que os sea lícito cambiar de postura ya sea en las urnas o, dentro, en la caja y notéis alivio sobre la ceniza o resurrección por entre los huesos. 

Y que no esperéis nada que os genere turbación o ansias allá por lo efímero o allá por lo eterno. Que bajo las cruces y en torno a las lápidas sobrevuelen siempre voces conocidas, tactos muy queridos, horas afectuosas, miradas muy cálidas, crisantemos íntimos, murmullos domésticos. Que no falten nunca fragancia a claveles, suavidad de sábanas que os aminoren el sabor a iglesia, el dulzor de cirio, el eco a difunto, el ambiente a incienso. 

Que descanséis siempre. Que nadie ni nada altere el silencio de vuestras estancias. Y que por los siglos de los siglos sea. Ya que ha sido así, que así siga siendo. Que nadie ni nada trastoque la muerte ni enturbie la calma. Que sería muy cruel ver cómo perdéis la salud de nuevo. Sería muy triste presentir que entráis otra vez en otra baldía batalla. Sería terrible ver cómo morís, cómo nos marcháis cada cierto tiempo.


(La Nueva España, 26-10-2011)

lunes, 24 de octubre de 2011

Qué triste



Qué triste,
estar toda la vida
juntos
todas las noches
juntos,
todas las horas
juntos,
tantos momentos
juntos
y dejarnos
definitivamente atrás

(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Spheeris
MMXI

sábado, 22 de octubre de 2011

Madrugadas de octubre



Estas mañanas de otoño, de lo que permanece del otoño, en poco se parecen a las que yo he vivido. En nada, sino en la lenta luz que traspasa los setos y hace fulgir las gotas del rocío que porfía. En nada más que en esa ‘ocritud’ que invade pusilánime las copas de los álamos y los castaños. En nada a no ser en la impalpable presencia de algo muy semejante a una desbandada, a un final desiderable y tardo. A no ser en las pláticas de los ‘raitanes’ que se posan aún en los cables de octubre y escucho todavía como un a ser diminuto que avista un gran milagro. Excepto en los ovillos de niebla que destilan, a lo lejos, las aldeas que bullen y madrugan.

Estas mañanas de otoño en las que me levanto con cierta hipocondría y ya desde muy pronto me siento un ente solo en medio de la tierra, al borde de unas horas, me obligan a pensar que sólo persevera intacto y puramente lo que el hombre no toca, lo que ignora y desprecia por impotencia acaso; aquello que adivina que no alcanza y relega y olvida para siempre con desprecio de humano. No más que las exactitudes libres e incorruptibles, los incorpóreos atlas de la luz, la voluntad del sueño, las aspas del ciclón o el ímpetu del fuego.

Estas mañanas de otoño me confunden. Una acidez extraña me despierta a menudo y algo deshoja en mí, algo se hunde muy cerca de mi respiración, justo donde reciclan el corazón y el vértigo. Y, como el niño que era, vislumbro que me aplastan la oscuridad y el peso. Que me sellan los ojos con angustia a destajo, que me obstruyen la boca con un chorro de espanto. Que una fiebre exaltada me aminora, hasta el punto de ver cómo me escurro entre mis propios dedos y me escucho filtrar con la fútil finura de un hilo de ceniza.

Estas mañanas son un indicio certero: nunca descifraremos lo que dicen los pájaros cuando surcan el aire, ajenos a nosotros, tenacidad arriba, como rumbo a un destino -qué distintos al hombre que se mata y los mata- muy querido. Nunca lo que chispea altísimo, entre los astros, en estos amplios cielos de noches tan templadas. Jamás por qué siguen surgiendo los ríos y las fuentes con transparencia sólida; por qué no se han tragado tras tanta tropelía; por qué nos son tan útiles aún con su frescura. O por qué en un deshielo de coraje no bajan y revientan el mundo.

En poco se parecen a octubre estas mañanas, mas son mañanas frágiles y saben a corteza de humo campesino, a convicción rural, a incertidumbre en rama y de esta voz de liquen han caído estas hifas sin valor ni sustancia.


La Voz de Asturias
8 octubre 2011
Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel
MMXI

jueves, 20 de octubre de 2011

A un lado del camino

Poco nos hacía falta entonces para pasar el día jugando en medio del camino.

Foto: Camino de Segareo, AGO, 2010.


A un lado del camino estaban nuestras casas. Y el camino llevaba a todas partes. A la mar, hasta el Faro, a Luanco, hasta Candás, a Viodo, al fin del mundo. Todas las direcciones al lado del camino: una extensión de tierra aún sin asfalto, con baches y bardales y un poste de la luz, para avisos y esquelas, que servía, asimismo, de parada. Todas las distracciones en una carretera que nos entretenía las horas del domingo, contando forasteros que iban y venían, observando los coches inmensos y modernos: Dodge Dar y «Seiscientos», Simca 1.000; diciéndoles adiós a excursiones de monjas y personas mayores, o mirando tan sólo a ver si alguien pasaba. 

En medio de un camino que apenas transitaban más que la tarde lenta o las hojas de octubre o los gatos, sin prisa, colocábamos límites con botes o con piedras o con trozos de tiza pintábamos las rayas, e invertíamos tardes enteras jugando al escondite o a indios y vaqueros o a la gallina ciega o al potro o a la maza. Era un tiempo feliz, sin reloj ni pesares, en medio de un camino, donde tan pronto estábamos rescatando al contrario como lanzándole una pelota envenenada. Unos días tranquilos en los que amontonábamos las trencas en el suelo y nadie interrumpía nuestra expansión sencilla: una partida al gua, otra al roma, otra al pañuelo por detrás, otra a la queda, una competición de caracoles o un corro a la patata. 

A un lado del camino recogíamos moras, descubríamos nidos, cazábamos insectos o nos entusiasmaban las grandes telarañas. 

Allí, con casi nada, lo inventábamos todo: sobre cajas de fruta o con algún cartón, levantábamos tiendas y vendíamos colillas, cacharros, pimentón de ladrillo y teja machacados, herramientas ya viejas o verduras prestadas. Usábamos señales como diana certera de nuestros tirachinas, trazábamos «cascayos» con casillas y números, escribíamos nombres con cachos de escayola, nos tirábamos flechas a los jerséis de lana. 

En medio del camino pasamos media vida. Hacíamos carreras, andábamos con zancos, montábamos en bici, corríamos tras el aro, gastábamos los sábados desde por la mañana. Comíamos la merienda, construíamos cocheras en montones de arena, subíamos a los muros en que no había cristales, buscábamos regatos, desviábamos el agua. Cruzábamos los tubos de las alcantarillas, trepábamos a higueras, amasábamos barro o perdíamos el tiempo pescando de mentira, con un hilo amarrado en cualquier caña. En medio del camino, entera nuestra infancia.


(La Nueva España, 12-10-2011)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Panorámica



Asómate a las sílabas
más altas de la palabra hombre,
lo más al norte de la geografía carne,
lo más al borde de su abismal esencia.
Escucharás el trino de un pájaro muy viejo,
la perpetua agonía de una mujer parida,
los secos arañazos de los muertos,
el vacío y su brisa. El silencio. Sus cañas.

Muy hondo, el río. Y un rumor
como de avispas y de despedida.

Asómate a les sílabes
más altes de la palabra home,
lo más al norte de la xeografía la carne,
lo más al borde del so abismu y esencia.

Escucharás el trinu d'un páxaru muy vieyu,
la perpetua agonía d'una muyer parida,
los rabuñazos secos de los muertos,
el vacíu y la so brisa. El silenciu. Les sos cañes.

Mui fondu, el ríu. Y un rumor
como de griespes y despidida.


© Aurelio González Ovies
El cantu'l tordu
Recita: Joaquín De la Buelga
Realización vídeo: MGE
MMXI

lunes, 3 de octubre de 2011

Tiempo de velorios

Las honras fúnebres en el trimestre más lúgubre del año.

(AGO. Viodo. 1-8-2010)


Es tiempo de velorios. Aunque no sea más que en mi memoria, es época de noches duraderas y frías. Desprende la lavanda sus últimos suspiros. Alguien parte a lo lejos cañas de un eucalipto. Alguien recoge ropa de un tendal amarrado de un cerezo a una viga. Oscurece de pronto. Se dilata el silencio por entre las callejas. Se propaga un aroma a cebolla y patatas. Tras las contraventanas se encienden las bombillas. 

Dicen que esta estación tumba de siempre a muchos. Que este aire enloquece y las personas frágiles decaen y se suicidan. Aunque no sea más que en mis recuerdos, es un trimestre lúgubre: siempre voy con mi tía a la casa del muerto. Me dan pavor las cruces, los crespones, la mesa del umbral donde estampan la firma. Me aterroriza el cuarto donde descansa el féretro, su madera tallada y el cristal que hay encima. Me espantan el somier, la cama desarmada, la baldosa encerada, el armario apartado, la mesita. Me asustan el crucifijo rígido, el siseo del rosario, el perfume a corona, a traje, a neftalina. Me dan miedo los llantos que se escuchan a ratos cuando llegan amigos o gentes muy queridas. 

Intento hacerme el fuerte. Me quedo en el pasillo con los hombres que hablan del ganado y la tierra. Cuando puedo me acerco hasta la estancia donde duerme la caja y esa luz tan difunta de velas que crepitan. Miro por la rendija de la puerta entreabierta. Un gigante respingo me recorre la carne. La viuda llora tanto que a veces se desmaya. Piden agua de azahar. Y le frotan el pecho con alcohol de romero. Le ponen en la frente paños y la reaniman. 

Pasan con café negro y copas de coñac y vino de Sansón. Nos ofrecen rosquillas. Cada vez llegan más. Y a la entrada repiten «mi más sentido pésame, qué pérdida más grande. Te acompaño en el?». Es como un estribillo, como una letanía. Son casi ya las dos de la mañana. Han contado unas cosas de desaparecidos, que a ver quién llega a casa. Han hablado de historias tan horribles, que a ver quién es capaz de no tener ahora pesadillas. No sé por qué me llaman los velorios. Si el pánico es tan grande, no sé por qué pregunto, cuando nadie me lleva, si lloraban a gritos o el cadáver estaba muy pálido y deforme. No entiendo: me espeluzna la muerte y mirarla me chifla.
(La Nueva España, 27-9-2011)

martes, 27 de septiembre de 2011

Era el olor a lluvia



Era el olor a lluvia y una cierta tristeza. No había nada
más que una luz hermosísima entre los maizales.

He vivido bastante.

Agosto: campos segados y atardeceres lentos. Caminos ya
muy viejos, campesinos, moras muy dulces, tordos,
manzanilla.

Morir ahora sería echar a andar y dejar atrás este momento, su belleza.


© Aurelio González Ovies
Con los cinco sentidos
Marian Suárez Aurelio González Ovies
Cuadernos FÍBULA de Poesía
Avilés, 1997
Voz: María García Esperóon
Música: Preludio, Chopin, Einaudi.
MMXI

sábado, 24 de septiembre de 2011

Marina

Cuando no sé quién soy, qué llevo
dentro, quién media entre mi voz y mi palabra.
Cuando la vida baja hasta mi pecho
y duele y duele y duele. Me acerco hasta
la mar y me comprendo un poco:
nunca siempre igual,
pero siempre nunca diferente.







© Aurelio González Ovies
Tardes de Cal Viva
Realización:
María García Esperón
Música: Meditation
Yanni
MMX

miércoles, 21 de septiembre de 2011

A estas alturas

Hoy, 21 de septiembre, se celebra el día mundial del Alzheimer, fecha elegida por la Organización Mundial de la Salud y la Federación Internacional de Alzheimer. El propósito de esta conmemoración es dar a conocer la enfermedad y difundir información al respecto, solicitando el apoyo y la solidaridad de la población en general, de instituciones y de organismos oficiales. 



No recuerdo más que lo que olvidé.



jueves, 15 de septiembre de 2011

Septiembre


De nuevo la pizarra y los lápices y las gomas de nata


Fotografía: Ángela Menéndez (Fotocommunity)

Algo oculta septiembre que descamina el tiempo y desparrama luz de forma muy distinta. Algo que se divisa como un silencio errante, como una exactitud desorbitada, como una perfección propensa a evocaciones, como una claridad arrepentida. Es como si la muerte bullera más que siempre, viviera más que nunca, pero con un latido que transfiere sosiego, con una consonancia que no da la impresión de ser una agonía. 

Y los cólquicos brotan con timidez rosácea entre el musgo sombrío; y el maíz se doblega en la tierra que estría. No se escuchan apenas indicios de quebranto ni de caducidad. Pero una brisa acre se apodera del bosque, un traslucido peso envejece el paisaje. Cruzan cuervos muy solos y un eco de extrañeza reverbera en las cimas. Es septiembre a galope. Es preámbulo de otoño tanto nogal bruñido, tanto helecho quebrado, tantas moras marchitas.

Huele a humo y recuerdo el campo a media tarde y a manzanas maduras y a abreviación del día. Caen pétalos sueltos, inesperados, verdes, bajan como metáforas leves e inexorables. Secan las avellanas por el suelo, y las nueces. Y mientras nada mueve la quietud del instante, salta con precaución una nerviosa ardilla. Hay erizos aún jóvenes caídos en las veras y unas bayas de espino y una mata de orégano y un fangal donde crecen altos juncos y ortigas. Es septiembre, lo gritan los cerezos que sacan sus copas ya con púrpura. Lo admiten los rebaños que repasan el césped. Lo anuncian, sosegadas, sus esquilas.

Septiembre. ¡Qué escaso ha sido el lapso de estos meses! Sobrevive algún cardo y alguna rama tierna de la alta buganvilla. Permanece algún rastro de albor en las hortensias y en las viejas macetas donde ya las verbenas se extinguieron, mas resiste el candor de agapantos tardíos y clavelinas. Septiembre. ¡Qué sensación certera de haber estado bajo este mismo cielo, de haberme detenido aquí, bajo este mismo alero del que ya parten al sur las golondrinas! ¡Qué deseos de abrir los ojos y reencontrarme allí, en la casa de entonces, a punto de salir para la escuela, con la cartera en mano, mis compases flamantes y mi saca de tela con canicas! 

(La Nueva España, 15-9-2011)


domingo, 11 de septiembre de 2011

Yo también masticaba la cal de las paredes (Recita Joaquín de la Buelga)


Yo también masticaba la cal de las paredes
en las tardes de agosto
y creía que sólo se moría en invierno
y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.
Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta
de la puerta
y hacía competiciones de gusanos.
El cielo me parecía una carpa gigante
y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron
como dos libertades.
Mi padre me enseñó a comprender el viento,
a predecir la lluvia en la piel de los árboles
y por eso he tenido siempre miedo al futuro.
De pequeño, además, yo quería ser gitano
para tener un burro, entre otras muchas cosas,
y caminar descalzo.
Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos
y me gustó el latín no sé por qué motivo
y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.
¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,
¿cómo puedo explicar que para que haya historia
hubo que desde siempre ir matando o muriendo?
Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:
y me conformo y callo y voy tirando
y echo de menos mucho la araña de la grieta
y el olor de la cal me es como de familia.
Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,
y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Todo incierto



No siento lo que soy.
¿Soy lo que siento, acaso?


Esta luz tan exacta, tan
de octubre, tan perfecta
y azul desparramada,


este día tan amplio, tan
puntual, tan preciso
y brillante, tan esquivo,


esta mar tan indómita, tan
sola, tan poderosamente
fin siempre principio,
tan sólida metáfora
de agua


¿qué pensarán de mí,
de este cuerpo baldío?


(C) Aurelio González Ovies
No
Marian Suárez
Aurelio González Ovies
Cuadernos FÍBULA de Poesía
Avilés, 2009

jueves, 8 de septiembre de 2011

Señes d'identidá


Nun s'apagó, como dicen
los que quisieren callala.
Tien enceses les ventanes, nótense-y
les vigues firmes y el firme
bien asentáu. Siéntese'l fueu chispiar,
siéntese ferver l'orguyu. Vése-y
na mitá la nueche
vida viva, encandilada.


Nun s'apagó.
Ta equí,
y too tien nome,
too tien materia y forma,
too tien pesu y espaciu.
Y anque-y cortaren la llingua,
bastaría-y la so palabra.

Equí,
nesta estensión de verdín
onde se termina'l mapa;
nesta vega entrestallada poles montañes
al sur,
nesta cornisa, al norte,
lo más al norte'l
cielu, lo más al borde l'agua.

Equí, au llevamos
dende fai munchu tiempu, a tientes, esperando
qu'esmesen la nublina,
que bilten les promeses,
que nun tiren los finxos,
que quiten la tarrancha.

Porque entovía nos queden
munchos díes de gües en llibertá
y paisaxe;
muncha navina nueva pa esbillar
y semala.

Quédennos entovía pueblinos asomaos
al picu la guapeza
y molinos que suañen a la vera una ñora
y empeños pa boriar con aguante
pegollos;
y borrones qu'afumen en cuanto
más orbaya
y casones esbeltes, con curuxa
y capilla,
con escudu y palombos.

Entovía nos queden branos
ensin pradiar, pa que la brisa enrede
pente'l tallu l'alfalfa
y afuraque la voz col remangu
los topos;
y crucie l'andolina, cola argaña
nel picu,
hasta l'aleru l'horru.

Porque tenemos muncho
pa esmarañar aína, con estos
deos tozones como garfios d'un
ancla.
Quédennos tradiciones qu'aúllen
pelos montes
y rinchen nes rodaes del carru
la rosada
y brillen nos güeyucos
ñerviosos del raposu.

Quédanos tierra abondo
pa que cuerran
los ríos,
quédanos aire abondo
pa que'l futuru esnale,
quédanos mar abonda
pa salar la esperanza.

Porque too tien nome,
identidá
y arroxu.
Too tien llingua propia,
condición
y palabra.

(C) Aurelio González Ovies
Voz: María García Esperón
Música: Chris Spheeris
Fotos: Google. TIF Fotos
MMXI